Desde mi última publicación en este foro, he estado recibiendo muchas respuestas y cartas de anécdotas en mi correo y bandeja de mensajes del sitio.
Han sido unas cuantas semanas interesantes, en ese aspecto. Me ha llegado mucha información. PERO MUCHA.
Algunas de las historias que me llegan son demasiado inverosímiles, pero, de todos modos, lo que me pasó a mí también lo es. En realidad, no esperaba que todo eso tuviera el impacto que tuvo. Esperaba a lo mucho un “buena historia, amigo” u “órale, que cosa tan rara”, no el influjo de información que tengo. Estoy viendo en mi pantalla veintidós correos sin leer y ya me he acabado como veinte más, todos muy extensos. MUY EXTENSOS.
Ahora sé que esto no es algo que sólo me haya sucedido a mí.
También noté que no sólo es algo de esta ciudad. Parece ser que en cada ciudad grande del mundo han habido cosas similares. Si bien no con las mismas características, todas tienen algo en común, o eso he notado en la mayoría.
Todos se lo achacan al mismo responsable. En cada uno está al menos retratada una de las características de la figura que yo vi esa tarde en el grafiti. Las enormes garras, la sombra negra.
La horrenda cara.
Y parece ser que todo tiene una causa común. Al pasar el susto inicial (que me duró como tres días, en los que no pude dormir, ni comer, ni funcionar correctamente) me dediqué a investigar. No sólo en lo que me enviaron varios de ustedes (en serio, se los agradezco), sino por mi propia cuenta.
Continué buscando más información del lugar y me encontré con ciertas cosas… inquietantes.
Para empezar, la fábrica de aceros databa de casi principios del siglo pasado. Poco después de la década de los 20’s. la industria del acero estaba en su apogeo de este lado del mundo y en general, las ventas daban mercado al producto.
Sin embargo, el entonces dueño, un tal [REDACTADO], un empresario que encontró capital de formas poco ortodoxas para colocar su empresa acerera en [REDACTADO]. Durante algunos años todo marchaba bien hasta que las devaluaciones, los cambios socio-políticos de la época y otras circunstancias, lo sentaron en la ruina. Ya durante esos años, los sindicatos criminales tenían un yugo muy apretado sobre prácticamente todas las áreas de la ciudad.
Sucedió qué al empezar a deberle dinero a las personas equivocadas, la tragedia no estaría muy lejos de él. Y en [REDACTADO], después de que unos hombres armados hubieran entrado a su casa a acabar con sus hijos y su esposa, en retaliación por la deuda, el hombre se adentró en la fábrica y se escabulló hasta uno de los hornos sólo para tirarse dentro.
Eso sí es algo horrible.
Del sindicato criminal, se adueñaron de la propiedad y mantuvieron durante algún tiempo la fábrica funcionando. Pero como todo lo que tocan, no iba a durar. La pobre administración y la falta de personas especializadas los obligaron a cerrar la producción y empezar a utilizar el lugar como casa de seguridad.
Claro, todo eso hasta que las trifulcas, las peleas por el poder y algunas otras cosas fueron acabando con todos los maleantes. O eso dice la versión oficial.
Pero yo indagué un poco más. Encontré que un tal [REDACTADO], había sido uno de los cabecillas de esa agrupación criminal específica. Encontré muy poca información, más que nada registros de prisiones de la época que le adjudicaban toda clase de crímenes: extorsión, secuestro, sicariato, robo, etc.
De buenas a primeras había sido un criminal hecho y derecho desde muy joven. Encontró su final en uno de los baños de la fábrica, cuando funcionaba como guarida de ladrones. La mayoría asume que un día, al verse acolarrado en una trifulca, y con la policía pisándole los talones, decidió colgarse de una de las lámparas de los casilleros antes que ir a prisión.
Otras fuentes lo colocan como la presa de un amotinamiento dentro del sindicato criminal y lo ubican maniatado de manos y piernas y torturado hasta la muerte, sólo para ser encontrado colgado de una de las lámparas del cuarto de casilleros.
Y también está la última versión. Que, en realidad, algo lo había estado atormentando durante meses ya, privándolo del sueño y comida. Y que fue ese mismo algo lo que lo pescó en el cuarto de casilleros para torturarlo hasta matarlo y después dejarlo exhibido guindado de la lámpara.
Muchos seguidores de esta teoría apuntan a que ALGO lo seguía desde muchos meses atrás.
Resulta que este tal [REDACTADO] había sido uno de los implicados en la muerte de la familia del dueño original de la fábrica.
Esto me dejó helado.
Al avocarme a la noticia de esas muertes encontré que la prensa de esos tiempos había tenido poco o ningún pudor en dar la noticia. Había sido un crimen particularmente cruento. Aun para los estándares de hoy en día.
El dueño original, [REDACTADO], había sido esposo de [REDACTADO], y el matrimonio había dado a luz a dos hijas [REDACTADO]. La cuales vivían en una de las lujosas mansiones del entonces muy exclusivo distrito residencial. La manera en que la policía había encontrado los cuerpos de las tres mujeres, había sido una carnicería tal, que muchos incluso se retiraron poco después de la gendarmería por lo horrible del asunto.
A la esposa, la habían atado de manos y pies a una silla solo para bañarla en querosén e inmolarla en vida. Las dos hijas, de dieciocho y quince años, tuvieron que ver como su madre gritaba en agonía siendo devorada por las llamas.
El destino que los sicarios le tenían preparado a las dos adolescentes no sería mejor. A la mayor se habían tomado turnos para vejarla entre todos los maleantes. Una y otra vez, a la par de que la golpeaban. Cuando la dejaron completamente vejada, golpeada y moribunda, [REDACTADO] desenfundó su machete para decapitarla. A la menor le dispararon en la frente y se retiraron de la casa en la negrura de la noche. El padre se suicidaría en los hornos dos semanas después.
Solamente capturarían a [REDACTADO], muchos años más tarde, los demás implicados serían descubiertos después, en avanzados estados de demencia o muertos.
Uno de los que habían sobrevivido, ya en el asilo psiquiátrico, vociferaría en su locura sobre una figura de negro que siempre lo seguía y le torturaba cuando nadie lo veía. La descripción de esta figura es… familiar.
Ése es el caso más cercano relacionado a lo que me pasó a mí. Pero leyendo los correos que me hicieron llegar… esto está lejos de ser siquiera la primera de las veces en que esto pasa.
Desde [REDACTADO], alguien que firma como sLavem_23, y cuya información (fuera del username) me pidió mantener en secreto, me envió una historia realmente escalofriante.
Desde antes de la fallida guerra contra el terrorismo que el otrora policía del mundo (USA) declarara al talibán, ya había conflictos armados en esa zona. De toda la vida, realmente.
Si por cualquier razón en algún momento Estados Unidos quiso ir a meter su cuchara allá, es otra cosa. La cosa es que los grupos de guerrilla cometían atrocidades que son difíciles de leer. Hombres, mujeres, niños. Hay cosas que son demasiado salvajes para escribir.
Pero esta persona me envía una de las noticias locales de su lugar de origen, acerca de un conocido líder de un grupo criminal de estos.[REDACTADO] también conocido localmente como “Gran Jefe” (que originales), había sido el azote de las villas en esa región. Comandando su grupo de sociópatas oportunistas que usaban la bandera del talibán para realizar muchas de las salvajadas más viles que vieron los pueblos cercanos.
Todo llegó a su clímax cuando al comenzar un operativo americano en la zona, utilizaron a los niños como soldados, y a las mujeres como escudos humanos. sLavem_23 da un testimonio en detalle de una ráfaga de fuego americana que barrió con los escudos humanos y, al estar recargando, un grupo de chiquillos con bombas atadas al cuerpo se encaminó hasta los soldados sólo para volar en pedazos.
No puedo ni siquiera abrir el documento sin asquearme un poco de lo que hicieron esos sujetos. Tantas vidas perdidas en vano.
Sin embargo, sLavem_23 cuenta que poco después de que abatieron a la mayoría de los miembros de ese grupo, encontraron los cuerpos de una manera… extraña.
Los musulmanes en su fe, no comen cerdo. Por ello en esa región es raro que alguien los críe. De algún modo, alguien había logrado llevar una enorme cerda madre de casi doscientos kilos hasta allá, y poco después del asalto se habían hecho con los cuerpos de cinco de los miembros del grupo terrorista, a saber: dos expertos de inteligencia, un verdugo, un interrogador y el infame [REDACTADO]. Al principio se creyó que era una obra de los sádicos soldados estadounidenses. Pero nunca se les pudo imputar nada.
Lo que me describe después es extremadamente indigesto, sin embargo, creo que por el rencor que sLavem_23 le tenía al caído líder criminal, se tomó la libertad de contármelo con lujo de detalle y un poco de felicidad por el horrendo destino del sujeto.
A [REDACTADO] lo encontraron medio vivo en una bodega con provisiones y cartuchos para armas largas, con la base del cuello suturada al cuerpo decapitado de la enorme cerda madre. Los otros cuatro estaban conectados mediante sondas a las mamas del cadáver del animal, los rostros de igual forma suturados en los ojos, la nariz y los oídos. Cabe mencionar que los cinco SEGUIAN VIVOS al momento de hallarlos. Todos estaban desnudos, con un coctel de drogas tal en el cuerpo que era difícil entender como sus hígados no habían fallado para cuando los hallaron.
Al dar la alarma a las autoridades, se retiró a todos los curiosos de la horrible escena y se sacó, uno a uno, los cuerpos de los terroristas.
El verdugo, el interrogador y los dos agentes de inteligencia murieron en el momento en el que se les retiraron las sondas de las gargantas. [REDACTADO], sería una historia para contar durante mucho tiempo.
Al no poder ser trasladado en el cuerpo de la cerda madre, uno de los oficiales sacó su cuchillo y abrió el cuerpo del enorme animal. Fue como bajar un cierre mórbido, el animal estaba suturado del centro.
Lo que encontraron fue… nauseabundo, por decir lo menos.
Dentro del cuerpo del animal estaba [REDACTADO], desollado hasta el cuello. Sus músculos y tendones estaban en varias tonalidades de rojo y morado. La sangre coagulada dentro del cadáver de la cerda lo había mantenido protegido de la contaminación y la intemperie. Mientras que le propinaba dolor al moverse.
El oficial, que había perdido a su hijo durante uno de los tantos ataques del grupo, miró con asco al pobre diablo. Desenfundó su pistola y le puso un tiro en la frente, para sacarlo de su miseria.
Dime que eso no parece salido de una película de porno-tortura.
En la bodega, no había rastros del equipo médico con el cual se pudiera realizar el “trabajo” sobre los cinco cuerpos. Ni siquiera pisadas. Era como si los hubieran materializado en ese estado dentro del lugar.
Sólo había cartuchos quemados para rifle de asalto y granadas cebadas.
Nada más.
Pocos días después, a lo largo de toda la villa se comenzaron rumores sobre una sombra espectral que rondaba las casas. Una descripción que ya conocía yo: una sombra negra con cosas de metal saliendo por los lados. Nadie lo vería de cerca lo suficiente como para describir la cabeza, pero coincidían en que era una calavera.
Quizás lo más impresionante de todo, fue algo que me llegó a través de este foro, un usuario de nombre c4lcif3r_666 me hizo llegar un material que, en serio, se lleva toda la apuesta en el territorio de lo espeluznante.
3 archivos de video. Y una foto.
Grabaciones de diferentes sesiones con lo que parece ser un interno en un hospital psiquiátrico. Un tal Rubello McTaggert. Las preguntas son hechas por la voz de una mujer. El nombre estaba redactado. Está enteramente en inglés, con subtítulos en ese mismo idioma.
Todo se desarrolla en una habitación blanca, el sujeto está esposado a la mesa, y durante todas las conversaciones su cara está fuera de foco. La toma parece cortada adrede del pecho para arriba, salvo por pequeñas partes donde la cámara lo graba accidentalmente y la cara está censurada por pixeles.
Les transcribo los videos enteros, no puedo subirlos aquí, se corrompieron después de reproducirlos.
[sonidos de estática, parece ser un video de la década de los 90’s]
Entrevistadora: buenas tardes, señor McTaggert, es un gusto volver a verle.
Rubello McTaggert: igualmente, doctora [censurado].
Entrevistadora: hoy se ve de muy buen humor, ¿está tomando su medicamento?
Rubello McTaggert: justo como usted lo ordeno doctora.
Entrevistadora: me da gusto. Creo que hoy haremos mucho progreso.
Rubello McTaggert: eso espero, doc. Solo quiero mejorarme y probar mi inocencia. Quiero limpiar mi nombre, ¿sabe?
Entrevistadora: Rubello, creí que ya habíamos pasado por esto…
Rubello McTaggert: […]
Entrevistadora: parte de que usted se mejore es que acepte las consecuencias de sus actos.
Rubello McTaggert: doctora. Yo sé que fue lo que hice y que fue lo que no. Así que si su medicamento está haciendo efecto es aclararme la cabeza. ¡SÉ QUE ES LO QUE HICE! ¡PERO NO TOMARÉ LA CULPA DE LO DEMÁS!
Entrevistadora: (se ve que tiene una reacción al súbito cambio de humor del tipo) señor McTaggert, voy a tener que pedirle que modere su voz…
Rubello McTaggert: ¡NO ME VENGA CON ESA MIERDA! (se levanta de la silla, pero las esposas están ancladas a la mesa) ¡USTED TAMBIEN LO HA VISTO Y SABE DE QUE LE HABLO!
(entran los encargados de seguridad, someten al hombre, la cara se asoma por la toma un momento, pero es censurada por cuadros pixelados)
FIN del primer segmento.
Comienza el segundo segmento en la misma celda, el hombre suena cansado, tratando de no sollozar.
Entrevistadora: señor McTaggert. Buenas tardes.
Rubello McTaggert: [el tipo esta cabisbajo, parece desorientado]
Entrevistadora: ¿señor McTaggert?
Rubello McTaggert: [se escucha el habla arrastrado del tipo]
Entrevistadora: ¿Rubello?
Rubello McTaggert: [se mueve de lado a lado en la silla]
[sonidos de alguien levantándose y tacones en el piso]
Entrevistadora: llévenlo a su celda y administren [censurado]
FIN DEL SEGUNDO SEGMENTO.
El tercer segmento es más animado. Y bastante extenso. Es la misma celda, el hombre parece estar bajo medicación muy pesada, su voz se escucha otra vez lenta y arrastrada.
Entrevistadora: señor McTaggert, buenas tardes.
Rubello McTaggert: ¿d-doc? [el hombre levanta la cabeza]
Entrevistadora: en efecto señor McTaggert. ¿Sabe cuál es mi nombre?
Rubello McTaggert: [censurado]
Entrevistadora: muy bien. Creo que el nuevo medicamento está haciendo efecto, ¿cierto?
Rubello McTaggert: [el tipo vuelve a bajar la cabeza y aprece que un hilo de saliva le escurre de la boca]
Entrevistadora: ¿señor McTaggert? No quisiera tener que volverlo a enviar a su habitación para una dosis extra de…
[la interrumpe la voz del sujeto].
Rubello McTaggert: no, no doctora. Discúlpeme. Solo han sido un par de… noches difíciles.
Entrevistadora: ¿quiere hablar al respecto?
Rubello McTaggert: no es como que tenga opción.
[se escucha el movimiento de alguien escribiendo sobre una tabla]
Rubello McTaggert: [levanta un poco la cabeza y aspira el hilo de saliva]
Entrevistadora: en fin, señor McTaggert. Me han dado noticias de que usted ya está más tranquilo en su celda, con respecto a días anteriores. Si quiere, podemos discutir eso primero.
Rubello McTaggert: [vuelve a bajar la cabeza]
Entrevistadora: ¿señor McTaggert? ¿me está escuchando?
Rubello McTaggert: si-si, si doctora. Perdóneme. Eh… podemos hablar de mi buen comportamiento. Es la nueva inyección. Me mantiene tranquilo. Todo gracias a su excelente cuidado.
Entrevistadora: no me gusta el tono que tiene, señor McTaggert.
Rubello McTaggert: lo siento.
Entrevistadora: bueno, a lo que nos ocupa hoy.
Rubello McTaggert: claro.
Entrevistadora: ¿qué es esto de las noches difíciles que ha tenido?
Rubello McTaggert: [el tipo parece estar dudando, tiene las manos inquietas] he estado pensando en lo que hice.
Entrevistadora: ya veo, ¿y a que conclusión ha llegado?
Rubello McTaggert: a que todo lo hice yo.
Entrevistadora: ya veo. Por esta declaración de culpabilidad quizá reduzcan su sentencia y lo coloquen en una prisión de media seguridad, ¿está usted consciente de ello?
Rubello McTaggert: entiendo [se aclara la garganta]
Entrevistadora: me parece que entonces podemos continuar con el recuento de los hechos. Solo para poder tener el material para cotejar con los resultados forenses y entonces… [es interrumpida por la voz débil del sujeto]
Rubello McTaggert: vamos al asunto. No tardemos más.
[silencio]
Rubello McTaggert: hablemos de la gente que tuve que matar.
Entrevistadora: excelente [comienza a escribir] Le escucho. Comencemos por la razón de que lo hizo. Qué lo impulsó a acabar con la vida de [censurado], [censurado] y [censurado]
Rubello McTaggert: que habían matado a mi muchacho. Mi único hijo.
Entrevistadora: [deja de escribir]
Rubello McTaggert: si, entiendo que no le sorprenda que lo diga tan tranquilo. Sé que parece una confesión corta de una venganza personal. Pero hay más en todo esto. Creo que- [el sujeto se interrumpe y parece voltear para mirar sobre su hombro]
Entrevistadora: continúe…
Rubello McTaggert: [en voz baja] creo que alguien más quería que lo hiciera.
Entrevistadora: explíquese.
Rubello McTaggert: no le mentiré. Mi hijo no era un buen ciudadano. Creo que eso puede ser mi culpa. Pero no merecía lo que le hicieron. Nadie merece eso.
Entrevistadora: […]
Rubello McTaggert: estas personas con las que hizo un trato que salió mal. Pudieron simplemente darle una paliza y todo habría quedado entendido. Yo mismo le habría ayudado a pagar su deuda a esos animales. [la voz del hombre suena tranquila]
Entrevistadora: continúe.
Rubello McTaggert: aun no puedo creer que hayan logrado hacerle lo que le hicieron. Es una locura. Todo esto es [sollozo] una locura [el tipo parece darse cuenta de que acaba de sollozar y recupera la postura rápidamente]
Entrevistadora: entiendo. También estoy consciente de la forma en la que encontraron el cuerpo de su hijo. Fue algo- [otra interrupción del sujeto]
Rubello McTaggert: - fue una salvajada lo que hicieron.
[silencio]
Rubello McTaggert: pero ahora que lo pienso, un montón de pandilleros no tienen entre todos la suficiente inteligencia para hacerlo, ¿verdad? [la voz del hombre se vuelve sombría. Algo burlona]
Entrevistadora: [en tono preocupado] no, supongo que no [aclara la garganta] ¿qué le hace decir eso?
Rubello McTaggert: cree que, ¿cree que pueda pedir un vaso con agua?
[silencio]
Rubello McTaggert: mi garganta está un poco seca.
Entrevistadora: [titubeando] claro, ¿guarda? ¿podría traerle un poco de agua al señor McTaggert?
[sonido de una puerta que se abre y cierra, y luego: pasos]
Rubello McTaggert: gracias, doctora.
[Una interferencia de estática que distorsiona brevemente la imagen]
Rubello McTaggert: en fin, creo que en lo que llega mi bebida, puedo continuar…
Entrevistadora: por supuesto.
Rubello McTaggert: [la voz del sujeto se escucha más animada, casi no se nota el arrastre de las palabras, como si el efecto de la medicación hubiera bajado un poco] verá, todo lo que pasó fue obra de un tercero, ¿sabe?
Entrevistadora: eso es lo que explica el reporte, señor McTaggert. Pero debo serle honesta: mis sesiones con usted no demuestran ningún tipo de desd… [interrumpida por la voz del hombre de nuevo]
Rubello McTaggert: no, claro que no. Es que, verá. Yo no estoy loco.
[silencio]
Rubello McTaggert: no lo estoy. No lo estuve entonces. Si lo hubiera estado, este maldito medicamento me habría hecho decir exactamente lo que usted esperaba que dijera. ¿no es cierto? Pero no. No, no, no. Me mantengo firme en lo que sé que hice. Y lo que vi.)
[el sujeto trata de incorporarse, pero su propio peso y las esposas lo mantienen en la silla. Se desploma un poco, se escucha a la entrevistadora incorporarse rápidamente]
Rubello McTaggert: lamento eso. Sólo…
Entrevistadora: [su voz se nota alterada] señor McTaggert, necesito pedirle que se mantenga en la silla sin tratar de incorporarse o acercase a mí, de lo contr…
Rubello McTaggert: ¡YA SÉ! [trata de volver a incorporarse al momento de gritar, pero se queda en la silla] ya sé… sólo fue un reflejo. Lo lamento.
[silencio]
Rubello McTaggert: ¿continúo?
Entrevistadora: por favor… [la doctora se escucha en alerta, pero parece que quiere escuchar lo que el hombre le tiene que decir]
[sonidos de la puerta que se abre, pasos. Aparecen unas manos con un vaso de papel en la toma, lo dejan sobre la mesa al alcance del hombre]
Rubello McTaggert: gracias [censurado]
Entrevistadora: [mas firme] puede continuar…
Rubello McTaggert: [bebiendo lentamente el agua, un poco parece chorrear hasta el overol, suspiro] perdone. Claro que sí. ¿en qué estaba?
Entrevistadora: me contaba su…
Rubello McTaggert: yo no estoy loco.
[silencio]
Rubello McTaggert: bien. Comenzaré por lo primero. Mi hijo era un bueno para nada. Un delincuente juvenil. Fue mi culpa por no poder criarlo junto a su madre. Pero supongo que eso ya lo sabían. Desde que [censurado] se largó, no supe como sobrellevar el ser padre.
[silencio]
Rubello McTaggert: como sea, el caso es que el chico no merecía morir de esa manera. Después de todo, era mi hijo. No espero que entienda eso.
Entrevistadora: no podría decir que lo hago. Por favor, continúe.
Rubello McTaggert: fue creo yo a los dos días de que enterré al chico. Al principio fue algo muy leve. Susurros por aquí, golpeteos suaves por allá. Pensaba que eran cosas de la casa, ¿sabe? Por muy pobre que sea el [censurado], sigue siendo parte de [censurado]. Y con todo eso, las ratas del tamaño de gatos y las infestaciones de cucarachas son siempre una constante. No importa donde se mude uno.
Entrevistadora: ya veo. [se escucha una pluma anotando en una tabla]
Rubello McTaggert: …en fin, el asunto es que escuchaba estas cosas. Y comencé a pensar que sería la tristeza. Porque, con todo y todo, yo amaba al muchacho. Era lo único que me quedaba. Yo no tengo familia ni nada por el estilo. De no ser por el viejo [censurado] que me acogió y me ofreció un trabajo en los muelles, pude haber terminado igual que él. No es que importe ahora.
Entrevistadora: entiendo. ¿Quiere hablarme de estos sonidos?
Rubello McTaggert: para allá voy. La cosa iba así. Me dieron un par de semanas con paga en los muelles. Para “despejarme un poco”. Incluso en esos trabajos de mierda nos tienen consideraciones, ¿sabe? Nos pagaran una miseria y nos trataran como animales de carga. Pero no pueden negarnos ciertas indulgencias. Es cosa del sindicato.
Entrevistadora: [sonidos de escritura rápida]
Rubello McTaggert: pero eso es distraerse del asunto. La cosa es que después empecé a escuchar más cosas. Cosas que ya empezaban a tener sentido.
Entrevistadora: ¿lo describiría como voces, señor McTaggert?
Rubello McTaggert: no. No eran voces. Le repito YO NO ESTOY LOCO.
Entrevistadora: [parece detener súbitamente su escritura]
Rubello McTaggert: en fin… yo tenía esta sensación en la nuca. Una sensación como un burbujeo. Y en mi mente lo podía entender como… como si alguien cantara.
Entrevistadora: ¿escuchaba música?
Rubello McTaggert: no era música.
[silencio]
Rubello McTaggert: era como el sonido de un animal. Como cuando las aves cantan. No como las gaviotas, como un canario, como hacen los lobos a la luna. Ese tipo de sonido.
Entrevistadora: ¿era alguno de esos sonidos?
Rubello McTaggert: no. Era algo con esa misma naturaleza, pero nada parecido. Ahora que lo pienso… era como un zumbido, un zumbido que iba lentamente en aumento.
Entrevistadora: ¿cómo una abeja o una mosca?
Rubello McTaggert: no.
[el hombre parece mirar hacia el techo, pensando lo que estaba diciendo]
Rubello McTaggert: como una cigarra. Una cigarra enorme. Y estática de la televisión. Entre estática y una cigarra. Y en mi mente lo podía escuchar como un canto… era algo hermoso. Pero lejano. Como si estuviera soñando al escucharlo.
Entrevistadora: ¿usted soñaba con esto recurrentemente?
Rubello McTaggert: sí. Durante los primeros cinco días. Entonces al sexto día el zumbido paró. No lo escuche más, ni tampoco ese burbujeo en la nuca.
Entrevistadora: ¿y qué sucedió después?
Rubello McTaggert: entonces empecé a ver la sombra.
Entrevistadora: ¿sombras?
Rubello McTaggert: UNA sombra.
[sonidos de bolígrafo]
Rubello McTaggert: verá. Hay historias por allí para asustar a los más chicos. El coco, el hombre del saco. Vampiros y todo eso.
Entrevistadora: estoy… familiarizada con ello.
Rubello McTaggert: bueno, esto no era nada como eso. No exactamente. Yo había escuchado de niño sobre una especie de fantasma que ronda por las calles. Una especie de… monstruo.
Entrevistadora: continúe.
Rubello McTaggert: realmente era algo más como la plática de un borracho en el bar. El viejo Jeb nos la contaba todo el tiempo. Se sentaba atrás de la barra y bebía como becerro desde las dos de la tarde hasta que cerraba el lugar. El juraba que había visto a este fantasma de cerca. Pero siempre creímos que era la borrachera que se ponía el anciano, usted entiende.
Entrevistadora: comprendo.
Rubello McTaggert: bueno, el asunto es el siguiente: este supuesto fantasma ronda las calles. Y cuando alguien ha hecho algo malo, y digo: REALMENTE MALO, solo es cuestión de tiempo para que te encuentre.
[silencio]
Rubello McTaggert: si, suena a algo bastante salido de una película policiaca. Pero no. No tiene nada que ver.
Entrevistadora: ¿y este anciano Jeb, dio una descripción del fantasma?
Rubello McTaggert: no. El viejo Jeb no podía decirlo antes de desmayarse en el mostrador del bar. Lo teníamos que cargar a su casa al principio. Después Gertrude lo dejaba dormir allí hasta que se hacía de día.
Entrevistadora: ya veo. Pero todo esto…
Rubello McTaggert: ajá, es que eso es importante saberlo. Después de esos primeros seis días sin mi hijo, y desde que el zumbido y los sonidos se acabaron… entonces una idea se formó en mi cabeza, fue cuando comencé a ver esta sombra.
Entrevistadora: continúe…
Rubello McTaggert: la idea de que esos animales tenían que pagar. ¿sabe? No soy racista. No me gusta cuando alguien se mete con los negros o con la señora [censurado] y [censurado] del departamento de al lado.
Entrevistadora: ¿se refiere a los vecinos inmigrantes latinos de su edificio?
Rubello McTaggert: exacto. Mire, yo sé que tienen sus costumbres y todo. Pero no soy racista. Ellos trabajan, contribuyen. Pagan impuestos y cuentas. Y [censurado] preparaba los mejores tacos en todo el vecindario.
Entrevistadora: entiendo, señor McTaggert. Continúe, por favor…
Rubello McTaggert: la cosa es con esos sucios pandilleros latinos. Los tatuados con drogas y armas y autos ruidosos. No es como que usted misma no se cambiaría de acera al verlos acercarse. Son un peligro. Esos son los que deberían regresarse a su país de mierda.
[silencio, la entrevistadora parece aclararse la garganta]
Rubello McTaggert: en fin, la cosa es que esta sombra que comencé a ver…
Entrevistadora: ¿sí?...
Rubello McTaggert: esta sombra me dio una idea. La idea de ir a darles un susto a esos tipos. Una lección, ¿sabe? Ya no tenía yo nada que perder. Mi hijo, que era mi todo. Por muy idiota que hubiera sido el chico, era mi todo.
[silencio]
Rubello McTaggert: esos cerdos tenían que pagar. La sombra me dio la idea. Así que tomé el dinero de la lata de emergencias y me compré una pistola y un hacha.
Entrevistadora: el arma que adquirió de la casa de empeño del sr. [censurado]
Rubello McTaggert: esa misma.
Entrevistadora: ¿y el hacha?
Rubello McTaggert: también me la vendió él.
Entrevistadora: comprendo. Continúe…
Rubello McTaggert: al hacerme de mis dos armas, salí a las calles a esperarlos. Cada noche. Hasta el final de la segunda semana. No comía mucho ni dormía más que un par de horas en la tarde. El resto del día me sentaba a esperar…
[silencio, el hombre se acomoda en la silla]
Rubello McTaggert: y diariamente veía pasar el sucio auto de esos animales. Dejaban una carga de su mierda y se iban. A veces bajaban del auto a comprar cervezas en la licorería o lo que sea. Pero diariamente pasaban.
Entrevistadora: y este acto de observar, ¿cuánto tiempo duró?
Rubello McTaggert: no lo sé, pero sé que debió ser mucho. El correo se empezó a apilar, nunca regresé a los muelles. No tenía caso. Solo estaba LA MISION.
Entrevistadora: ¿la misión?
[el hombre suspira y voltea la cabeza hastiado]
Entrevistadora: entiendo, prosiga por favor…
Rubello McTaggert: fue cuando comencé a salir de noche a rondar. Me cubría bien el rostro. Empezaba a hacer frío. Entonces tuve mi primer golpe de suerte. Bueno, no exactamente.
Entrevistadora: ¿golpe de suerte? Explíquese.
Rubello McTaggert: si, emmm… en realidad fue más la idea de esta sombra. El zumbido regresó, y la sombra me empezaba a “señalar” a quien debía ajusticiar.
[silencio]
Rubello McTaggert: entonces encontré al primer imbécil. Lo reconocí de cuando los observaba pasar en el vehículo. Y la sombra, de algún modo, me había llevado hasta él.
Entrevistadora: continúe. [la pluma comienza a escribir rápidamente]
Rubello McTaggert: estaba en el piso revisando un bolso de mujer. Probablemente una pobre chica que había asaltado. Al principio no me escuchó. Así que simplemente me acerqué un poco más.
[silencio]
Rubello McTaggert: hasta que me golpeé sin querer un bote de basura. El tipo se sobresaltó y sacó su arma de su cinturón. Comenzó a gritarme en su idioma y luego en un inglés bastante malo.
[silencio]
Rubello McTaggert: mi mano simplemente se deslizó, fue… como si el arma no pesara en ese momento. Sólo escuché el disparo y vi al tipo caer al suelo…
Entrevistadora: ¿Qué sucedió entonces?
Rubello McTaggert: entonces, vi a la sombra junto a él. Era una criatura enorme que se extendía casi seis pies desde el suelo. Un enorme bulto negro que estaba parado allí junto al tipo en el suelo. Me pareció que el tipo en el piso también podía verlo.
Entrevistadora: y entonces usted… ¿qué hizo?
Rubello McTaggert: la sombra me hablo, ¿sabe? Bueno, no con palabras. En mi mente. Y me dio instrucciones. Muy claras. Me dijo… [el sujeto suspira un poco]
Entrevistadora: ¿le dijo?
Rubello McTaggert: me dijo como hacerlo.
Entrevistadora: ¿hacer qué, señor McTaggert?
Rubello McTaggert: ¡COMO DEJAR EL CUERPO MALDITA SEA!
[la voz de la doctora parece soltar un suspiro de sobresalto y se escuchan los movimientos de la silla arrastrándose por el suelo]
Rubello McTaggert: [se está tranquilizando el sujeto, se escucha arrepentido]¡LO LAMENTO! ¡lo lamento! lo lamento… yo solo…
Entrevistadora: [se escucha que está agitada]
Rubello McTaggert: lo lamento… yo sólo… lo lamento.
Entrevistadora: ¡señor McTaggert! ¡NO HAGA QUE LLAME A SEGURIDAD!
Rubello McTaggert: si, lo siento. Yo… lo lamento.
Fin del tercer video.
El último video es la continuación de esa platica. Parece ser que inmediato al sobresalto de la doctora y el sujeto en la silla.
Entrevistadora: [se le escucha más tranquila, pero en alerta] muy bien puede continuar, señor McTaggert.
Rubello McTaggert: [parece que le han administrado sedantes. Y la silla ahora tiene amarras visibles]
Entrevistadora: continúe por donde se quedó.
Rubello McTaggert: yo… lo lamento… sólo… es muy difícil acordarme… sin emo-emocionarme
[silencio]
Rubello McTaggert: el caso es que la sombra me dijo como cortar al maldito. Para dejar un mensaje.
Entrevistadora: [sonidos de bolígrafo]
Rubello McTaggert: me dijo que tenía que quitarle exactamente. De la manera que lo encontraron. Todo eso fue idea de la sombra.
Entrevistadora: entonces, las heridas en el rostro, las extremidades cercenadas y el acto de evisceración ¿fue algo que esta “sombra” le dijo?
Rubello McTaggert: es… correcto.
Entrevistadora: continúe.
Rubello McTaggert: cuando terminé con el cerdo, me volví a mi apartamento… la casera ya había cambiado la cerradura. Y no le vi el caso a querer regresar. Ya no había nada más para mí allí. Esa ya no era mi casa.
Entrevistadora: entonces usted quedó como indigente.
Rubello McTaggert: exacto. Me fui a la estación de subterráneo. Allí estuve el resto… de todo… esto. [la voz se arrastra como si estuviera a punto de caer dormido]
Entrevistadora: ¿señor McTaggert? ¿se siente bien?
Rubello McTaggert: claro… es solo… el medi-medic- es el… medicamento.
Entrevistadora: ¿puede proseguir?
Rubello McTaggert: claro que puedo… me quedé en la estación de subterráneo y me metí en uno de los vagones. Allí pasé un par de noches. Hasta que la sombra regresó.
Entrevistadora: ¿la sombra no apareció en ese par de noches?
Rubello McTaggert: no. Se desvaneció.
Entrevistadora: comprendo. Continúe.
Rubello McTaggert: me desperté cuando atravesábamos [censurado]. Entonces un bache en las vías me sacudió. Fue cuando vi a la sombra parada frente a mí. Como si estuviera esperando a que me despertara.
Entrevistadora: [continua escribiendo]
Rubello McTaggert: el mismo zumbido sonó en mi cabeza y… al voltear hacia un lado, lo vi. Era otro de los malditos del auto.
Entrevistadora: continúe.
Rubello McTaggert: me esperé a que el tren parara y el saliera del vagón. En ese momento me levanté de golpe y lo seguí. Estábamos en [censurado]
Entrevistadora: ¿y usted actuó en ese mismo instante o esperó?
Rubello McTaggert: esperé a ver que nadie más lo siguiera. No quería morir a manos de estos idiotas, ¿sabe?
Entrevistadora: comprendo. ¿Qué sucedió entonces?
Rubello McTaggert: bueno. Pasaron un par de horas antes que yo hiciera mi movimiento. De nuevo, la sombra me decía como proceder. Y entonces cuando se desvaneció, supe que podía actuar.
Entrevistadora: y esta fue la segunda de sus víctimas.
Rubello McTaggert: [el hombre aprieta las manos en las esposas, pero no pasa mucho tiempo antes de que se relaje y suspire] es… correcto.
Entrevistadora: y la sombra… ¿apareció de nuevo para darle las instrucciones sobre cómo mutilar el cadáver, después de dispararle?
Rubello McTaggert: ¿cadáver?
Entrevistadora: [deja de escribir de golpe]
Rubello McTaggert: no doctora… me parece que está usted equivocada. La sombra me dijo como disparar para dejarlo en el suelo, sin matarlo. Le aseguro que el hijo de perra sintió cada cosa que le hice.
[silencio]
Rubello McTaggert: pero si, sucedió lo mismo. la sombra me dijo que hacer y cómo hacerlo.
Entrevistadora: comprendo. Prosiga por favor, ¿qué sucedió entonces?
Rubello McTaggert: entonces volví al subterráneo. A mi vagón. Y esperé. Esperé mucho. No sé cuánto tiempo. Dicen que fueron semanas enteras. Pero no lo sé.
Entrevistadora: el reporte oficial lo coloca a usted cometiendo el último crimen casi tres semanas después.
Rubello McTaggert: oh…
Entrevistadora: ¿usted no tiene ninguna recolección de lo sucedido en ese lapso de tiempo?
Rubello McTaggert: no. No realmente. ¿tres semanas?
Entrevistadora: [la voz de la doctora tiene un dejo de extrañeza y tartamudea la respuesta] sí.
Rubello McTaggert: sólo recuerdo haber dormido. Bueno. Despertar muy cansado y comer en los basureros. Pero sólo una vez. No recuerdo más. Todo está negro.
Entrevistadora: de hecho, los reportes toxicológicos no encontraron nada en usted en el momento de su aprehensión. Ni sustancias, ni alcohol. Y estaba en un avanzado estado de desnutrición y deshidratado.
Rubello McTaggert: no. No estuve bebiendo. Quería estar listo. Para terminar la misión.
Entrevistadora: comprendo. Continúe…
[silencio]
Rubello McTaggert: en realidad me desperté y sólo podía escuchar el zumbido en mi mente. Tenía el lugar exacto para dirigirme. Así que salí hasta la calle. Recuerdo que estaba lloviendo.
Entrevistadora: eso concuerda con la fecha del informe, el [censurado] hubo una ligera lluvia que afectó [censurado]. Prosiga.
Rubello McTaggert: caminé guiado por el zumbido. Y llegué hasta la planta de carne abandonada. Vi a los últimos dos.
[silencio]
Rubello McTaggert: y sucedió lo mismo que la última vez. El zumbido. La espera. Todo.
Entrevistadora: puede describirlo.
Rubello McTaggert: no hace falta. ¿o sí?
Entrevistadora: debo insistir.
Rubello McTaggert: [suspiro] bien. Entonces lo que pasó es que los encontré justo donde el zumbido me estaba guiando. Esperé un tiempo, no sé cuánto, a que las prostitutas y los adictos que estaban allí se fueran. Otra vez mi mano voló hacia el arma, blah, blah, blah…
Entrevistadora: descríbalo, POR FAVOR.
[silencio]
Entrevistadora: ¿señor McTaggert?
[silencio]
Entrevistadora: si no coopera yo…
Rubello McTaggert: [el tipo corrige su postura, como si hubiera recordado algo] no, espere. Esa vez fue diferente. Fue la razón de que me entregara después de ese último.
[silencio]
Rubello McTaggert: después de dispararle a ambos, y terminar de cortarlos como animales… esperé a que la sombra se acercara de nuevo, pero no la vi…
Entrevistadora: ¿la razón?
Rubello McTaggert: sí. Fue cuando supe que no estaba loco. Que algo me había obligado a hacer todo eso.
[silencio]
Rubello McTaggert: no es que no quisiera hacerlo, ¿sabe? La primera vez, estaba llevando mi mano, sí. Pero no es como que yo me hubiera resistido. Yo quería venganza, quería mi libra de carne. Ojo por ojo…
Entrevistadora: continúe…
Rubello McTaggert: la segunda vez, quise tratar de cuestionarlo. Pero se sintió tan bien…
[silencio]
Rubello McTaggert: pero esa última vez… fue cuando me volteé hacia el tejado del matadero. Y allí estaba…
Entrevistadora: ¿Qué… estaba allí, señor McTaggert?
Rubello McTaggert: lo vi, doctora… juro por mi vida que lo vi…
[silencio]
Entrevistadora: ¿puede describir lo que vio?
Rubello McTaggert: estaba sobre el tejado del matadero, de pie, mirándome el alma. Desde detrás de esa horrible máscara.
[la voz del hombre toma un tono distinto, hay que poner atención para notarlo, sin embargo es algo muy fuera de lugar con respecto al tipo]
Rubello McTaggert: estaba hecho de terrores nocturnos infantiles. Del miedo al futuro de los jóvenes. De los arrepentimientos de la vejez. Era un ser torcido. Estaba vestido de negro, y tenía enormes garras de metal.
Entrevistadora: [se escucha como hace hacia atrás la silla]
Rubello McTaggert: y entonces pude sentir su… voz… en mi cabeza. Solo me susurró algo en palabras revueltas. Entendí solo lo último.
Entrevistadora: ¿Qué fue lo que le dijo, Rubello? [la voz de la doctora parece muy preocupada]
[silencio]
Rubello McTaggert: suficiente. Regresa a casa.
Entrevistadora: [con voz preocupada] guarda, hemos terminado. Lleve al pac…
Los videos terminan aquí. Me quedé frío al cerrar el reproductor. Una sensación como si acabara de ver el casete maldito de esa película japonesa.
Entonces me cayó la bomba nuclear al final del mensaje. Una imagen adjunta. Cuando la abrí, tuve que ahogar un grito con mis manos. El hombre de la foto tenía aquellos mismos ojos acuosos, y al quitarle la barba, era el anciano que yo había visto en la fábrica. En el pie de foto decía: Rubello Thadeus McTaggert. El Carnicero de la Calle Paper.
No sé qué pensar de todo esto.